La mujer del César by Pereda José María de

La mujer del César by Pereda José María de

autor:Pereda, José María de [Pereda, José María de]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


VII

La condesa viuda de Rocaverde luchaba ya, con la desesperación del vencido, contra los rigores del tiempo, y en vano reparaba con artificios de tocador las brechas que a cada momento abría en su cara el implacable enemigo. Verdadero monumento en ruinas, quedábale tal cual vestigio de su pasada hermosura, que celebraban los solterones, sus contemporáneos, y estudiaban los jóvenes aficionados a la humana arqueología.

El conde de Rocaverde fue muy rico; y aunque no tan pródigo como su mujer, cuando a los pocos años de casado murió... «por no enfadarse» como decía la fama, no dejó al mundo más que una triste memoria de su carácter, algunas deudas de consideración y sus salones muy acreditados entre los más famosos de la buena sociedad madrileña.

Pasó algún tiempo, y cuando la gente de pro esperaba ver a la viuda pidiendo una plaza en un asilo de caridad, desechando rumores de mal género, a propósito de no sé qué banquero, hete aquí que se la ve reaparecer en el gran mundo, más rumbosa, más elegante y más cortesana que nunca.

La maledicencia es como el hambre: dándole lo que le gusta, se calla... por de pronto. Y tal sucedió con la de Rocaverde. Entretuvo agradablemente y con inusitada frecuencia en sus salones a la gente del buen tono, y ya cesó ésta de ocuparse en averiguar de dónde salían aquellas misas, dado que la sacristía la había dejado a secas el difunto.

¡Y qué período aquél de fiestas a las que concurría todo lo más selecto y granado de la aristocracia, de la banca, de la prensa y de las artes!

Allí se hacía música; allí se declamaba, poniéndose en escena a veces, en un teatrito al caso, por las jóvenes más pudorosas y los hombres más formales, lo más aplaudido del repertorio contemporáneo... francés, por supuesto; y allí, finalmente, se celebraban esos bailes pintorescos que tanto dieron que hacer a los sastres, a las modistas y al sentido común, en la confección de trajes alegóricos: trajes de crepúsculo, trajes de tempestad, trajes de luna, trajes de ira, trajes de compasión... trajes de todo lo imaginable, pues la gracia estaba en representar una estación del año, o una hora del día, o una efeméride, o una pasión, o una virtud, o una enfermedad, o el Mississipi, o el cable submarino, de cuatro tijeretadas sobre algunas varas de tul o de satén, entretenimiento que tomaban y suelen tomar por lo serio nuestros hombres de Estado y nuestra prensa grave.

Pasaron así algunos años, al cabo de los cuales se fue observando que el tiempo hacía los mismos estragos en la cara de la condesa que en sus salones; es decir, que éstos dejaban de revestirse con el lujo y la frecuencia de costumbre, a medida que aquélla se marchitaba.

Poco a poco fueron disminuyendo en número las fiestas, y llegó un día en que dejaron éstas de ser periódicas, y se convirtieron en extraordinarias, en casos raros.

En este período fue cuando la de Rocaverde, como si quisiera reconcentrar las



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.